domingo, 16 de febrero de 2014

111 - El Psicólogo Social Mediador (Parte III)

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 6 Nº 60 de abril de 2014; en La Silla del Coordinador con fecha 4/6/2014 y en 1968 Grupalista - Biblioteca de Psicología Social Pichoniana con fecha 25/10/2014)

EL PSICOLOGO SOCIAL MEDIADOR (Parte III)

Para concluir con esta serie de breves textos sobre el accionar del psicólogo social mediador, haremos ahora alusión al denominado principio de confidencialidad que debe regir ante cualquier conflicto que surja entre los miembros de un grupo. Digamos que confidencial es aquello que se hace o se dice con cierta seguridad recíproca entre dos o más personas; algo así como una confianza íntima y estrecha que permite ver al operador psicosocial como una persona de confianza: es decir, aquel que posee las cualidades necesarias y recomendables para la función a su cargo.

En términos de nuestra psicología social, solemos hablar de tres reglas básicas que son aplicables al quehacer operativo específico de un coordinador; y éstas son la discreción, la abstinencia y la restitución. Se trata de que el grupo en cuestión pueda simplemente confiar (del latín, confidare o depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe que de él se tiene, un secreto, una opinión u otra cosa similar). Nos referimos a algo tan sencillo —y a la vez difícil de lograr— como es poder pensar, sentir y hacer confiadamente dentro del acaecer colectivo.

Ello implica que no se puede revelar públicamente nada de lo sucedido dentro del grupo, salvo expreso pedido o autorización de los interesados. La discreción va de la mano de la prudencia, de la mesura, de la moderación, de la reserva y del secreto. Pero ser discreto también conlleva un rol activo, cual es el don de conducirse con oportunidad, agudeza e ingenio. Así, en el supuesto de que no puedan dirimirse todas las diferencias existentes, lograr ser operativo también entraña que la causa esencial de la disputa pueda reducirse a un nivel más manejable.

La mediación psicosocial está dirigida fundamentalmente a las consecuencias más que a las causas. La aludida operatividad tiende a diluir toda hostilidad entre los miembros de un conjunto, erigiéndose en un verdadero proceso de éxito recíproco pues ayuda a todos a sentirse mejor acerca de los resultados obtenidos. Para ello es esencial tanto la confidencia como la confianza, como aptitudes y actitudes del psicólogo social que lo posicionan en un lugar de tranquilidad, de certidumbre y, por qué no, también de fe en su persona. Ser fiable hace a la lealtad y a la integridad.

Cabe aclarar, entonces, que siempre procede que el operador psicosocial mediador adopte —ante todo— una cultura de respeto a la confidencialidad, en lo que hace a los vínculos habidos con todos y cada uno de quienes componen la agrupación a su cargo. Desde esa posición le será más fácil conducir los conflictos que vayan surgiendo, sean éstos explícitos o implícitos, manifiestos o latentes, más abiertos o más cerrados. No estamos hablando de otra cosa que de ser un promotor de convergencias; y poder así orientar de modo positivo el futuro accionar del grupo.  

La confidencia entre los integrantes de cualquier conjunto es básica, al igual que lo es la confianza de ellos con el coordinador y su equipo. A partir de ahí se va gestando una cierta familiaridad que abraza al proceso del grupo todo; permitiendo fomentar los cambios en las conductas, en los pensamientos y en los afectos ya sea tanto de los conducidos como de los conductores. De allí que en psicología social se piense al acontecer grupal como una gestaltung; no una estructura sino como un estructurando, debido al movimiento permanente que lo caracteriza.

El operador psicosocial postula lo que se conoce con el nombre de una epistemología convergente, según la cual las ciencias de lo humano conciernen a un objeto único: el hombre-en-situación susceptible de un abordaje pluridimensional. Tomamos entonces otro concepto de la mediación, cual es la resolución de cualquier disidencia en el modo de ganancia mutua o triunfo-triunfo. Pues los conflictos suelen actuar no sólo de forma negativa sino también de manera positiva, generando un brío y una potencia creadora que mejora el clima colectivo. En síntesis: TODOS GANAN.

RONALDO WRIGHT
www.ronaldowright.com

domingo, 2 de febrero de 2014

110 - El Psicólogo Social Mediador (Parte II)

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 6 Nro. 59 de marzo de 2014; en La Silla del Coordinador con fecha 23/5/2014; en 1968 Grupalista - Biblioteca de Psicología Social Pichoniana con fecha 25/10/2014 y en la página web de la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina con fecha 11/3/2015)

EL PSICOLOGO SOCIAL MEDIADOR (Parte II)

En el artículo del mes pasado hicimos referencia al principio de neutralidad, que debe guiar el accionar del psicólogo social mediador cuando opera en la resolución de conflictos y en las diversas instancias que se le presentan. A nivel comunitario, ello suele suceder en los diferendos entre vecinos, entre compañeros de trabajo, entre profesionales, entre deportistas; en las familias, en las escuelas, en los clubes; en las  instituciones y organizaciones en general. Nos avocaremos ahora al principio de  imparcialidad, que también ha de reinar en todo desacuerdo o desavenencia que se produzca en el curso del proceso grupal.

Es sabido que en toda comunicación humana siempre existen ruidos  —sean externos y/o  internos— por lo que, con la ayuda del mediador psicosocial, los eventuales rivales logran escucharse con atención y muchas veces por primera vez. De tal modo, pueden ir mejorando sus mensajes defectuosos y limpiando aquellos obstáculos —tanto epistemológicos como epistemofílicos— que interfieren en sus vínculos. Los reales protagonistas son los miembros del grupo en disputa y la idea central es ir evitando nuevas rencillas, o hacerlas más llevaderas cuando se vayan gestando. Ser imparcial en modo alguno significa no estar implicado.

Mediar entre los integrantes de cualquier grupo exige ser un operador dinámico, y no un mero oyente amable y pasivo. A través de una gama de tácticas y estrategias, contando con técnicas y logísticas puntuales para cada situación concreta, el psicólogo social se convierte en un modelador de las ideas y sentires que van encaminándose hacia una necesaria percepción de lo real, para conseguir las resoluciones más convenientes. Tal actitud y aptitud psicosocial se propone un destino más amplio: poder constituirnos en verdaderos agentes del cambio social planificado, apostando siempre a una adaptación activa a la realidad.  

Surge, pues, la aludida noción de imparcialidad. Ser ecuánimes y equitativos no es  sencillo, debido a lo que conocemos como telé  —positiva y negativa— que hace su aparición en todos los vínculos. Pero sí podemos intentar alcanzar una objetividad creciente, brindando una igualdad de oportunidades a las partes en litigio, tanto para hablar y expresarse como para ser escuchado. El norte es arribar a acuerdos que tengan el alcance de convenios privados y que respeten la autodeterminación de los participantes. Máxime si se trata de personas o circunstancias que deban continuar manteniendo una vinculación en el futuro.  

La referida idea de imparcialidad no propicia que todos los participantes del grupo sean la tratados de misma forma, siempre y bajo todas las circunstancias. Muchas veces resulta coherente y aceptable que algunos sean considerados de modo diferente, si ello se justifica por razones objetivas y específicas. Tal obrar del mediador psicosocial puede ayudar a identificar mejor los puntos en disputa, a evaluar las posibles bases de un pacto y las respectivas vías de solución. Siempre primará el resultado final proyectado —en términos de cooperación— para arribar a un desenlace consensuado y con un enfoque de perdurabilidad.

Concluimos pensando que el dilema básico en cualquier mediación son los intereses en juego y, casi siempre, éstos se presentan ocultos, encubiertos, velados, disimulados, camuflados o escondidos detrás de las posiciones que exhiben los miembros del grupo en disidencia. Al lado de la ecuanimidad, la equidad y el equilibrio que se precisan para conseguir una intervención operativa, se requiere además una afinada pericia para diferenciar lo explícito de lo implícito, lo manifiesto de lo latente. También aquí es necesario ser un piloto de tormentas para lograr ese criterio de justicia que conduce hacia una creciente imparcialidad psicosocial.

RONALDO WRIGHT
www.ronaldowright.com