(Publicado en El Semejante - Año 7 Nro. 44 de febrero de 2008)
UN DOS MIL SIETE ¿"ESPECTACULAR"?
Ya culminó el 2007… año en que nuestra bendita televisión nos ha regalado todo tipo de
espectáculos . Desde el control monopólico de la apariencia, la impostura y el como si, los mismos tan sólo demandaron del público una simple actitud de aceptación acrítica y pasiva del producto ofrecido. Digamos que el vocablo ákritos, del griego, significa “sin haber juzgado o elegido”. Así, hemos digerido día tras día ese envasado de normas y valores preparados por nuestra T.V., desde varios "Gran Hermano´s" a sucesivos "Soñando's" (¿de dormirnos?) por un baile, por un canto o por un patín-porrazo, pasando incluso por toda clase de des-informativos diarios.
A partir de una muy bien estudiada programación televisiva, la realidad se nos ha presentado como un mero objeto de contemplación. Incluso la vida cotidiana en su conjunto apareció, casi permanentemente, como una inmensa acumulación de espectáculos. La caja boba se erigió, en sí, en una cosmovisión del mundo que se nos hace real, concepción producida materialmente por los grandes medios de comunicación. Hoy podemos ver cualquier cosa sin inmutarnos. Junto al puré o a la ensalada de la cena familiar, degustamos en esa misma velada una bomba que arrasa una ciudad entera acompañada por otro tifón allá, en el otro extremo del planeta.
Tal vez, tanto las formas como las ideas-fuerza de tales producciones obsequiadas por la pantalla chica, representen la justificación total de las condiciones y de los objetivos del sistema social global. Sin duda, la T.V. actual tiene una sólida función ¿educativa? pues, desde sus contenidos universales, se van formando y moldeando sujetos cognoscentes (¡qué se nos hace conocer!), deseantes (¡qué se quiere que anhelemos!) y productores (¡cómo se pretende que trabajemos y produzcamos!) aptos para esa comunidad predeterminada por algunos pocos. Un sinnúmero de normas y valoraciones son así transmitidas a diario para el gran conjunto de la población.
El espectáculo, de tal modo entendido, no sería más que una manera según la cual el producto de la actividad vital de los ávidos televidentes -sus propias creencias subjetivas- se cosifica, volviéndose hacia ellos mismos y quedando pues despojados de su humanidad viviente para transformase en una suerte de pasividad inerte del consumo. Esos contenidos de nuestra televisión no expresan sino las ganas de dormir (¿durmiendo por un sueño?… ¿son los guardianes del dormitar?). Nos conducen plácidamente hacia una pasividad sin ansiedad, a la no-pregunta acerca de la relación del sujeto con el goce, o más precisamente, con sus goces.
La otra cara de la moneda, que desde aquí propiciamos, es el opuesto de la citada aceptación acrítica o pasiva. Hablamos, entonces, de adaptación activa en pos de arribar a un individuo que logre romper con los modelos estereotipados ofrecidos por esa televisión a la que aludimos. Un ser viviente que supere las conductas rígidas, no dialécticas; capacitado para modificar el medio -y modificarse- como esencial criterio de salud mental. Etimológicamente, adaptarse se refiere a hacerse apto para acercarse, para participar, incluyendo tal concepto la idea de aprender y la aptitud de adecuar el nivel de aspiraciones con las posibilidades de un proyecto viable.
Una adaptación activa social tiende a abordar y resolver dialécticamente las distintas situaciones que se nos presentan, enfrentando de manera constructiva el cotidiano acontecer. Todo lo contrario, la antes citada aceptación pasiva -y sin cuestionamiento alguno- incluye otro fenómeno de sentido diametralmente opuesto: el constante círculo vicioso, en el cual el circuito de la realimentación queda siempre al servicio de las pautas estereotipadas. De tal modo, casi sin darnos cuenta y en un estado de conciencia ingenua, cada jornada volvemos a encender el televisor para mirar los mismos programas, haciéndole el juego a la pulseada de los ya afamados raitings.
El acontecer cotidiano real - no el que la "tele" nos exhibe- se expresa en una serie de hechos, actos, vínculos y actividades que se nos presentan como “mundo-en-movimiento”. Siempre resultará importante cómo recepcionamos lo imprevisible, lo inhabitual o el contratiempo en aquello que cotidianamente nos acaece. Es difícil crecer si cada uno permanece cerrado y rígido en el estrecho círculo de opiniones que nos muestra la T.V. Una óptica diferente consistirá en procurar que otro sentido advenga, comprendiendo que nuestro estar en el presente depende en parte del modo de recibir y cuestionar esos contenidos del espectáculo televisivo.
Sería muy bueno si pudiéramos advertir que todo el esplendor proveniente de los modernos y sofisticados aparatos de televisión, nos tiene tan atrapados como lo hace la luz brillante al hipnotizar a los insectos, que quedan prendados a ella. Compartir la sobremesa con "la tele" encendida es casi como invitar al tío loco de la familia y dejarlo que comande la reunión, escuchando sólo su voz y siguiendo sus grotescos ademanes. El espectáculo de la T.V. nos tantaliza no sólo como televidentes sino también como personas; perdemos la capacidad de ver y de sentir lo cotidiano. Me pregunto: este año 2008… ¿seguiremos con el mismo menú?
RONALDO WRIGHT
www.ronaldowright.com
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