(Publicado en El Semejante - Año 7 Nro. 46 de abril de 2008; en Red Latina sin Fronteras con fecha 3/6/2008; en La Silla del Coordinador con fecha 29/5/2013; en el sitio Web Islam con fecha 5/11/2013 y en 1968 Grupalista - Biblioteca de Psicología Social Pichoniana con fecha 21/4/2015)
RESISTENCIA AL CAMBIO Y PROCRASTINACION
Os contaré cómo el espíritu se transforma en camello, cómo el camello se convierte en león y cómo, finalmente, el león se hace niño (Friedrich W. Nietzsche)
Digamos, para comenzar, que el concepto de resistencia fue tempranamente formulado por Sigmund Freud (1856-1939), aludiendo a aquello que en los actos y en las palabras se opone al acceso al inconsciente. Por extensión, se habló también de resistencia al psicoanálisis para designar a la actitud de rechazo a sus descubrimientos, por cuanto éstos revelaban los deseos inconscientes e infringían al hombre una vejación psicológica. Por su parte, la resistencia al cambio constituye una noción básica de nuestra Psicología Social, al considerar que lo nuevo suele tener la tendencia a colocarse como enemigo del sujeto.
Si analizamos el por qué de la resistencia al cambio, podemos ver que existen en realidad dos miedos básicos frente a toda tarea o proyecto a iniciar: el miedo a la pérdida (ansiedad depresiva) y el miedo al ataque (ansiedad persecutoria). Para Enrique Pichon-Rivière (1907-1977), estas dos ansiedades básicas surgen en las situaciones de conflicto y son inherentes al ser humano, aunque usualmente se encuentran sobredimensionadas por la sociedad en la cual estamos insertos. No hay malestar fuera de una cultura dada. La tarea del Psicólogo Social consistirá en procurar esclarecer su origen y el carácter irracional de esos temores.
El miedo a la pérdida se manifiesta en las circunstancias de cambio, al abandonar el sujeto lo conocido. Es el sentimiento de quedarse sin lo que se posee, el temor a perder nuestra estructuración ya lograda. Algo así como la ansiedad ante la pérdida de un status determinado. Por su parte, el miedo al ataque se presenta como el temor hacia lo desconocido, la ansiedad ante una nueva situación a estructurar. Es el temor al ataque frente a las nuevas condiciones de vida del sujeto. Muchas veces la persona siente que pasa de la omnipotencia a la impotencia, siendo allí operativo propiciar la capitalización de la propia potencia.
Ambos miedos o ansiedades universales se instalan en nuestro mundo interno cuando no nos sentimos suficientemente instrumentados, ni creemos poseer los medios necesarios para hacerles frente. Esos temores coexisten y cooperan en la divalencia, desencadenando un enfrentamiento de fuerzas donde una parte pugna por la ruptura de estereotipos, por dar cabida a planteos instituyentes, buscando cambios, aperturas y multiplicidades; y la otra parte (que representa precisamente la resistencia al cambio) empuja hacia la repetición, la permanencia y la estereotipia de modos de pensar, sentir y hacer. Es decir, hacia la rigidización de lo instituido.
Una situación íntimamente ligada a la aludida resistencia al cambio es la llamada procrastinación, entendida como la acción de postergar actividades o asuntos que el sujeto debe atender. Proviene del latín: pro (adelante) y crastinus (relacionado con el mañana). La noción se aplica usualmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente de concluir. El acto o situación que se procrastina suele ser percibido por el individuo como desafiante, inquietante, peligroso, abrumador e, incluso, como tedioso, aburrido o estresante. Y tal estrés (epidemia de nuestros días) puede ser tanto físico, como psicológico o intelectual.
Este concepto, más propio del psicoanálisis que de la Psicología Social, está ligado tanto a la depresión y a la baja autoestima como al perfeccionismo extremo y al miedo al fracaso. En el mundo anglosajón se dice que la procrastinación es el ladrón del tiempo, aunque también podríamos ir más allá y sostener que no es ni más ni menos que el ladrón del deseo. Máxime si consideramos que todo deseo lo es de dificultad, de intranquilidad. Procrastinar sería el arte de mantenerse al día con el ayer. Hay procrastinadores eventuales y los hay crónicos; éstos últimos son los que comúnmente denotan los desórdenes aquí apuntados.
Para los procrastinadores y para quienes portan una fuerte resistencia al cambio, el enemigo más peligroso que pueden encontrar son ellos mismos. Friedrich W. Nietzsche (1844-1900) dice que la gran liberación es el crear: quien quiera ser creador deberá comenzar por romper los viejos valores que lo atan… que lo hacen un sujeto sujetado. Como el camello, muchos individuos llevan sobre sus hombros demasiadas cargas pesadas. Pero el camello convertido luego en león podrá descubrir el yo quiero, derribando sus ataduras. En la tercera y última metamorfosis, el león logrará hacerse niño para así experimentar, ensayar y aventurarse.
Muchos cambios, proyectos y transformaciones han de ser indispensables para que -luego del yo debo del camello y del yo deseo del león-, con el espíritu del niño nazca el creador. Para ello y según palabras de Zaratustra, cada individuo tiene que vencerse en primer lugar a sí mismo. La permanente adaptación activa a la realidad implica combatir la cándida aceptación acrítica de las normas y de los valores que nos aprisionan. Superar la idea de "lo dejo para mañana, total tengo tiempo", propia de la llamada maldición de procrastinar. De tal modo, el ser humano logrará ser siempre un puente y no un fin… ¡una ruta hacia nuevas auroras!
RONALDO WRIGHT
www.ronaldowright.com
lunes, 28 de septiembre de 2009
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