jueves, 7 de mayo de 2015

132 - Pichon-Rivière Latinoamericano

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 7 Nro. 74 de junio de 2015 y en A.P.S.R.A. - Contenidos Teóricos con fecha 2/7/2015)

PICHON-RIVIERE LATINOAMERICANO

El libro “Pichon-Rivière como autor latinoamericano”, de Lugar Editorial, se encuentra en las librerías desde fines del año pasado. Fernando A. Fabris es el compilador de veinticinco (25) textos que analizan las relaciones concretas entre la obra del creador de la Psicología Social Argentina y la producción intelectual existente en América Latina. Entre sus autores se encuentran algunas de las figuras más relevantes de la salud psíquica y de la cultura de nuestra región. Aquí intentaremos recorrer algo de la historia de vida de este verdadero operador bisagra, a quien le cabe dicha metáfora toda vez que siempre combatió la estereotipia de un pensamiento único, desde un punto de vista dialéctico y uniendo fuentes diversas.

Pichon-Rivière no vivía pendiente de los discursos ajenos, aunque solía estar abierto a aquello que aportara a conceptualizar su praxis, abordada desde lo multidisciplinario y transcultural. Esa práctica —que devenía experiencia— no nació de la mano del poder central ni de los ejes dominantes, sino que tenía toda la potencia de los colectivos que habitan los bordes, lo disruptivo, lo que cuestiona lo instituido, pero sin perder nunca el núcleo de lo singular. Opuso firme resistencia a los colonizadores mentales, para así sugerirnos una teoría propositiva de la libertad y autonomía del individuo, recurriendo constantemente a la creatividad y considerando al arte como la herramienta que habilita el pasaje de lo siniestro a lo maravilloso.

Según el diccionario de psicoanálisis de Elizabeth Roudinesco y Michel Plon, Pichon es considerado el más grande analista argentino y uno de los principales pioneros en la historia de la psicología latinoamericana y del mundo. Se lo destaca por explicitar la hermandad entre terapias y artes, por el pasaje de las terapéuticas individuales a las grupales, por el tránsito de la terapia a la prevención y a la salud pública mental, por su integración transdisciplinaria concreta y por asociar la cogestión educador – educando en que todos somos ambos polos oscilantemente. De allí proviene su concepción del enseñaje, en el que el enseñar y el aprender están dialécticamente relacionados y funcionan como una alternancia de opuestos.

En su juventud Enrique Pichon-Rivière se interesó tanto por la medicina como por la política y la poesía. Inclinado a la psiquiatría dinámica y al psicoanálisis, se orientó hacia distintos modos de práctica grupal a partir de la creación de sus llamados grupos operativos. La tarea de los mismos era responder a las dos angustias fundamentales de la vida personal, social e institucional: los miedos básicos a la pérdida y al ataque. Por su enseñanza oral (conferencias, seminarios, cursos, clases magistrales)  —más que por sus textos y escritos— ejerció un extraordinario poder de fascinación sobre sus alumnos, discípulos y contemporáneos. Son muchísimas las anécdotas que se cuentan de él; de las más entretenidas y pintorescas.

Dicen que era alucinante, fantástico; una especie de maestro zen que te cortaba al medio y luego te cosía; recién ahí su interlocutor advertía que había estado torcido toda su existencia. Algo así como: “por fin encontré el sentido de mi vida… ¡era para el otro lado!” Fue una especie de paradigma del freudismo de estas latitudes, pues pudo elaborar una enseñanza muy poco ortodoxa y entretejida por las más variadas y múltiples influencias. Pichon-Rivière fue el inventor de una tradición; ello como efecto de una red discursiva y de dispositivos técnicos, ya que siempre cumplió una  función-autor en relación a la circulación de sus argumentos. Permanentemente postuló una articulación de conocimientos y saberes colectivos.

Su técnica de los grupos operativos crea las condiciones para que emerja en ellos ese discernir de impronta latinoamericana que fue devastado de manera sistemática por el epistemicidio colonial que bien conocemos. Dicha grupalidad recoge la tradición de las reuniones alrededor del fogón, en las cuales reinaban los relatos, los comentarios, las anécdotas y sobre todo los recuerdos. Se produce ese viraje que va del individuo al grupo, de lo intrapsíquico a lo interpersonal del vínculo, del psicoanálisis a la psicología social en una síntesis crítica y creativa. Y así pasar desde una didáctica de emergentes para el aprendizaje de pequeños colectivos hacia una política de emergentes para el mayúsculo cambio social planificado entre todos.

Para finalizar, aclaremos que Pichon sugería trabajar con el mayor recurso de nuestro continente, y tal vez el único confiable: los vínculos humanos, explorando todas las incorporaciones posibles en el campo de la reflexión y de la praxis. Creyó que la única adecuación válida es la adaptación activa a la realidad, porque la otra —la aceptación acrítica de normas y de valores— es sencillamente sometimiento. Nunca le interesó formar excelsos observadores de la cotidianeidad, sino profesionales capaces de ir en procura de la transformación de lo real. De allí que nuestra disciplina y profesión, la  Psicología Social Argentina y Latinoamericana, no sea simplemente un cuerpo teórico cerrado y definitivo. La seguimos en la próxima entrega.

RONALDO WRIGHT  
www.ronaldowright.com                                                                                                  

sábado, 2 de mayo de 2015

131 - Tres Amigos, Crónicas del Café

(Publicado en la revista literaria Redes de Papel - Año 20 Nro. 227 del mes de mayo de 2015)

TRES AMIGOS, Crónicas del Café

Una vez más agradezco al Negro Hernández (seudónimo de Carlos Alberto Margiotta) el haberme invitado a presentar su nuevo libro "TRES AMIGOS, Crónicas del Café", de ediciones Nuevos Tiempos. El evento se llevó a cabo el pasado jueves 30 de abril en el tradicional Café de la Subasta y contó con la asistencia de numeroso público. El autor es psicólogo social, consultor psicológico, poeta y escritor. Además, es el creador y director de la revista literaria Redes de Papel, fundada en marzo de 1995 —hace ya más de veinte años— y actualmente preside la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina (A.P.S.R.A.).

No es esta su primera obra, pues posee en su haber dos libros de poemas (“Otro Lugar” y “Rectangulares Mujeres de Papel”), como así también es autor de “Encuento”, “Café de la Subasta” y “Redes de Cuentos”. Cabe decir que el primero de los relatos que ahora ofrece el Negro Hernández —invitando a dar una vuelta por Barracas a la hora que despunta la luna— dio lugar a una serie que se llamó Café para Melancólicos y, a partir de allí, sus cuentos no dejaron de difundirse hasta hoy con singular éxito. En sus páginas se irá descubriendo la historia de una taberna de barrio, el Tres Amigos, con su cultura tan porteña y tan particular.

Si bien estas crónicas del café semejan ser reales, lamentablemente el Tres Amigos no es más que una ficción; una bella fantasía creada por Carlos Margiotta. No hay boliche alguno con tal denominación, ni es verdadera la anécdota que aclara que en esa esquina había un viejo almacén con despacho de bebidas allá por los años treinta. Aunque en realidad este bar es universal. En él están contenidos y descriptos todos los bares similares que uno pueda imaginarse; y su típica decoración traslada a una época de sueños y utopías. Cada una de sus paredes se erige en un genuino museo de fotos, objetos y adornos.

Los cuadros colgados tienen las imágenes que siempre vistieron al bar: de cantores de la talla de Carlos Gardel, Alberto Castillo, Julio Sosa y el polaco Goyeneche; de las grandes orquestas tangueras de Pugliese, Darienzo, Di Sarli, Salgán, Piazzolla y el gordo Troilo. Y de algunas minas de gran corazón como Libertad Lamarque, Azucena Maizani, Mercedes Simone y Ada Falcón. Y ya que de un bar estoy hablando, agrego que su origen surge de la palabra inglesa “barrier”, que significa barrera o barra fija. Es decir, el mueble mostrador que divide el espacio público donde están los clientes de la zona privada de quien sirve las bebidas.

Ciertos mitos cuentan que el hecho de poner una barra alta de madera se debía a que el cantinero necesitaba un lugar para refugiarse —en tiempos tumultuosos— de tiroteos, riñas y peleas. Incluso le servía al barman para distanciar a los clientes de las botellas y de la caja registradora. Aunque este no es el caso del gallego Rogelio —el dueño del Tres Amigos— quien era uno más del grupo que allí habitualmente se reunía: el Gordo, Sandoval, Beto, el viejo Castaño, Maddonni, Oliverio, el Mirón, don Anselmo, el guapo Zavala, Brancaleone, Joaquín (el mozo del boliche) y Antonio, el loco de los naipes; entre otros.

El Negro Hernández declara que los cafés son como las mujeres; y los agrupa en dos tipos universales. Están aquellos donde nunca te animarías a entrar y los otros, donde podrías pasar un buen rato o quedarte allí toda la vida. Muchas historias de amor —y desamor— empiezan o terminan en los bares; y este boliche de Barracas no es en tal sentido una excepción.  Surgen en él varias aventuras románticas, mucha descripción y mucha  imaginación también, porque hay quienes se van inventando las escenas que narran. Aunque, eso sí, el Tres Amigos es siempre el escenario y el protagonista, más explícitamente o menos.

El origen de los primeros bares es bastante lejano; hay que remontarse a la época de Pompeya en la antigua Grecia, donde prosperaron algunas pequeñas tiendas de ventas de vinos y bebidas llamadas tabernas. Luego se expandieron a Roma y de allí al resto de los países europeos. En España nacerá la profesión del tabernero que, después, en los tiempos de la colonia llegará a estos territorios. Algunas cantinas le agregarán música, tal como sucedió aquella noche que el Gallego imaginariamente habilitó el boliche para que Tito Sánchez cantara sus boleros preferidos y el Negro asistiera a milonguear con su Marta tan amada.

El bar es un ámbito muy especial, de contadores de cuentos o mejor dicho de cuentadores; quizás porque ahí son escuchados por un auditorio atento que sabe de los códigos masculinos. Sus galanes suelen relatar infinidad de historias, algunas inverosímiles, otras trágicas, pero todas dignas de ser narradas por un escritor. En este caso le tocó el turno a la pluma del Negro Hernández. Invito, entonces, a los lectores a dar un paseo por el barrio de Barracas a la hora en que se oculta el sol. Allí, a pocas cuadras del Riachuelo, encontrarán la esquina iluminada del Tres Amigos, con su leyenda, sus anécdotas y sus secretos.

RONALDO WRIGHT        
www.ronaldowright.com