martes, 27 de enero de 2015

126 - Tragedia de Cromañón: Intervención en Crisis (Parte II)

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 7 Nro. 71 de marzo de 2015 y en A.P.S.R.A. - Contenidos Teóricos con fecha 2/5/2015)

TRAGEDIA DE CROMAÑON: INTERVENCION EN CRISIS (Parte II)

En la pasada edición se decía que algunos padres, que habían perdido a sus hijos en el incendio de República Cromañón, comenzaron a consultar en dónde podían reunirse con sus pares que se hallaban inmersos en un profundo dolor similar. Poco a poco esos grupos se fueron formando y fue la realidad misma —sin forzamiento ninguno— la que empezó a dar cuenta de esa necesidad de juntarse. En el caso que venimos tratando, la psicóloga social Stella Maris Distasi recuerda que en lo personal le resultó más fácil acercarse a los jóvenes afectados pues, como madre de hijos adolescentes, hallaba allí un límite operativo que le dificultaba abordar tamaño sufrimiento.

Así, a partir del mes de abril de 2005 se formó un grupo de contención y de ayuda con chicos sobrevivientes quienes, en su mayoría, habían perdido además a un ser querido en la tragedia (vgr. hermano, primo, novio, amigo). Dicho colectivo funcionó hasta fines de año en el espacio cedido por el Instituto Superior de Enseñanza Intercambio, sito en el barrio capitalino de Villa Urquiza. Las palabras fueron fluyendo semana tras semana, encuentro tras encuentro. Los jóvenes pudieron comunicarse no sólo entre sí sino también consigo mismos, para ir estructurando de tal modo un discurso que les permitió recuperar poco a poco el equilibrio psíquico y emocional dañado.

Durante los primeros tres meses, la intervención en crisis transcurrió en el Santuario levantado en el sitio del siniestro. Así como Enrique Pichon-Rivière era partidario de un psicoanálisis por fuera de los consultorios, en la situación puntual y concreta que aquí tratamos la Psicología Social operó en un principio directamente en la calle. Esto hizo la diferencia con otros gremios de profesionales que se acercaron a prestar su apoyo, no siendo bien recibidos por los adolescentes afectados. Recordemos que desde la misma noche de la catástrofe no volvieron más a sus hogares, ni a sus trabajos ni a los centros donde estudiaban. Simplemente se quedaron a vivir en el lugar.

Alejandro Simonetti fue un constante sostén y soporte ante la gravedad del trance que en esas circunstancias se estaba padeciendo. Propone él cuatro pasos para alcanzar la meta: a) escuchar y comprender a los damnificados; b) dejarlos descargarse, ya sea llorando y/o gritando; c) ayudarlos a hablar de lo acontecido; y d) cooperar para que puedan comenzar a pensar qué hacer. La idea fue ofrecer una atmósfera en la que el temor, la bronca, la pena y la culpa puedan expresarse libremente para bajar el monto de ansiedad. Que cada uno de los pibes profundamente heridos en sus mundos internos consiga salir del estado de shock, posibilitando un mínimo proyecto.

La reunión que se creó a través del Centro de Asistencia Psicosocial Intercambio fue coordinada en conjunto por Stella M. Distasi y Rosana Fernández, a partir de abril y hasta la finalización del año 2005. Fueron nueve meses de una ardua y compleja tarea, utilizándose la técnica de los grupos operativos que nos identifica a los psicólogos  sociales. De a poco los pibes regresaron a sus respectivas casas con sus familias,  fueron reinsertándose en lo laboral y en sus estudios, recuperando los proyectos y buscando alternativas de vida. Nos referimos a un mínimo plan existencial de futuro, siempre en el aciago marco que la penosa y difícil realidad les impuso.

Cuando de trabajo comunitario hablamos, el grupo tiende a promover la reinserción de los excluidos sociales. Y tal era la situación de los chicos de Cromañón, ya que —en una primera época— recibieron el destrato de la policía, de los servicios asistenciales, de las autoridades encargadas de los derechos humanos en la ciudad y de quienes no los querían ver acampando en la calle. La tarea colectiva sirvió para que ellos pudieran organizarse, con nuestra metodología psicosocial que fomenta el saber existente en los propios integrantes, siempre en función de un objetivo común, pese a la diversidad de sus respectivas historias y sin descuidar la singularidad de cada quien.

Estos adolescentes en crisis —que llegaron a autodenominarse Los pibes de las carpas de la vigilia del Santuario— necesitaban de un otro que los ampare; y esa fue una de las funciones que cumplieron las coordinadoras del grupo. Para eso fue imprescindible disociarse: mientras un costado de ellas sostenía el dolor para que los chicos pudieran  desahogarse, verbalizar y hacer su catarsis; había otra parte que se mantenía alerta, discriminada, viendo qué es lo que ocurre para luego poder intervenir. Muchas veces fue pertinente realizar un holding (tal como hace una madre con su bebé) pues la mirada, el abrazo, la contención y la ternura devuelven la función estructurante.

Como venimos escribiendo desde hace más de tres lustros, apostamos a favor de la  enorme tarea que realizan los operadores psicosociales como agentes de cambio. El trabajo de equipo que se desplegó en aquel tiempo fatal fue por demás impresionante. Stella M. Distasi nos facilitó una carta escrita por ella un mes después del siniestro. Allí dice que la presencia de tantas ausencias se le hace insoportable. ¿Dónde se ubica tanta muerte injusta? No se recicla. No pertenece al ciclo natural de la existencia. Y en homenaje a las víctimas, se pregunta: “nosotros, los que estamos vivos ¿qué estamos haciendo?” Es muy simple la respuesta: ¡UNA ACCION SOLIDARIA DESCOMUNAL!  

RONALDO WRIGHT         
www.ronaldowright.com                                                                                                          

martes, 13 de enero de 2015

125 - Tragedia de Cromañón: Intervención en Crisis

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 7 Nro. 70 de febrero de 2015)

TRAGEDIA DE CROMAÑON: INTERVENCION EN CRISIS 

A diez años de la tragedia de República Cromañón tomamos contacto con la psicóloga social Stella Maris Distasi, quien relató su experiencia personal y el doloroso sentir vivenciado en el curso de aquellos luctuosos días. El incendio en la conocida discoteca del barrio de Balvanera, que comenzó en la noche del 30 de diciembre de 2004, dejó un saldo de casi doscientos muertos además de más de un millar de heridos. Ríos de tinta han corrido hasta la fecha acerca de lo acontecido, por lo que en este texto nos interesa destacar simplemente la tarea solidaria llevada a cabo por un grupo de colegas convocadas a través del CAPsI - Centro de Asistencia Psicosocial Intercambio.  

En una reunión inicial se evaluó de qué modo podían colaborar con los afectados, tanto con los chicos sobrevivientes como con los familiares de las víctimas. Por un lado, algunas operadoras psicosociales se hicieron presentes en el lugar donde ya se estaba levantando el Santuario con las pertenencias que allí quedaron. O sea aros, pulseras, llaveros, zapatillas, remeras, mochilas, etc. además de rosarios, estampitas, fotos, flores, mensajes desesperados, velas encendidas unas y apagadas otras. Y en segundo término, se propuso un encuentro por semana en el Instituto Superior de Enseñanza Intercambio a los fines de ir monitoreando los resultados de las acciones.   

El primer día tan solo se acercaron al predio, capturadas por un terrible interrogante: ¿Cómo se podía explicar tanta muerte? El calor de ese enero era abrasador y Stella Maris atinó a llevar un bidón de agua mineral, pues había escuchado por televisión que los jóvenes pedían ayuda y cooperación. Un pibe lo aceptó; la abrazó y simplemente le dio las gracias. La situación general era caótica y traumática; como así también todas las emociones y sentimientos desbordaban por doquier. Había mucha desconfianza con quienes se acercaban al Santuario, por lo que en esas circunstancias lo único que procedía hacer era acompañar en silencio a los innumerables damnificados.   

Llegó el momento de lograr hacer una lista con las cosas que los jóvenes necesitaban: jabones, shampoo, talco, desodorante, pasta dental y cepillos de dientes, algodón,  curitas, pomada para quemaduras, algunos medicamentos, etc. Al día siguiente los pibes recibieron con gusto esos productos y, antes de finalizar la jornada, el grupo de psicólogas sociales ya estaba tomando mate con varios sobrevivientes de Cromañón. Sentados en ronda empezaron a hablar en un clima de confianza; y era evidente por demás la gran necesidad de amparo, cuidado y protección. Nacía la instancia de lo que llamamos encuentro-contención, y así comenzó a tejerse un vínculo entre todos.   

Fueron tres meses de recorrer el emplazamiento haciendo de sostén para tanto dolor, mientras los jóvenes se iban organizando cada vez mejor. Se jugaban los distintos roles que conocemos: el líder que manejaba el dinero, el portavoz que gritaba las injusticias, el moderador que se ocupaba de atender a la prensa, los que acompañaban en silencio e incluso algunos saboteadores invadidos por la bronca y el enojo. Formado el grupo, éste le devuelve la identidad a cada miembro y lo habilita a hacer su catarsis; poder llorar y desahogarse. Mientras, las operadoras psicosociales ya conseguían interactuar con los padres y los familiares de las víctimas que de a poco se iban acercando.  

Obviamente, se fueron implementando todas las técnicas, las tácticas y las estrategias a los fines de hacer posible la verbalización de lo sucedido sin perder de vista que, en todo trance emocional, los comportamientos alterados son conductas normales ante un hecho anormal, ante un evento tan desgarrador. La tarea de intervención en crisis debe contemplar los diversos síntomas que suelen presentar los afectados, a saber: pánico, confusión, angustia, ansiedad, fobia, frustración, culpa por haber sobrevivido, miedo a estar solo, problemas para dormir, cambio en los hábitos alimenticios y de higiene, pérdida de confianza en uno mismo e intensa preocupación por los otros.

De suma importancia fueron las permanentes y periódicas reuniones que llevaron a cabo las operadoras psicosociales en el mencionado Instituto Intercambio, pues ellas también precisaban del apoyo y soporte grupal. Era necesario e imperioso ponerle palabras a tanta vivencia inhabitual por lo que, junto al armado de una red vincular en el sitio de la tragedia, ellas fueron construyendo su propio espacio de escucha y de sostén. De tal forma, alcanzaron una instrumentación operativa para el manejo de una  realidad nueva a la que tuvieron que ir adaptándose. La formación pichoniana permitió abordar la tarea con herramientas conocidas y andando caminos ignorados.  

Varios padres que habían perdido a sus hijos consultaban adónde podían encontrarse con sus pares padecientes del mismo dolor. Tiempo después fue surgiendo la idea de formar un grupo de contención y ayuda en la sede del Centro de Asistencia Psicosocial Intercambio, ubicado en el barrio de Villa Urquiza. Ello se concretó en el mes de abril de 2005 y funcionó hasta fines de dicho año. En una próxima entrega se dará cuenta de lo recorrido en ese nuevo ámbito, con un encuadre distinto y con la potencia que posee el trabajo grupal. Emergió así lo que denominamos la etapa del mínimo proyecto de futuro: ¡el durísimo aprendizaje de continuar viviendo sin los seres queridos! 

Nota: del equipo que se formó en el CAPsI —integrado por counselors y psicólogos sociales— quienes operaron más en cercanía a Stella Maris Distasi fueron Lucy López, Graciela Florido, Ana María Corvino y Rosana Fernández, a quienes se les agradece su compromiso solidario con todos y cado uno de los damnificados de Cromañón. 

RONALDO WRIGHT                           
www.ronaldowright.com                                                                                                           

martes, 6 de enero de 2015

124 - Coordinando con Títeres en las Cárceles

(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar - Año 7 Nro. 69 de enero de 2015)

COORDINANDO CON TITERES EN LAS CARCELES

Uno de los premios ECRO otorgados en el curso del IV Congreso de Psicología Social, que se llevó a cabo el pasado mes de junio de 2014 en el Teatro Metropolitan de la Capital Federal, correspondió al trabajo realizado en la Unidad Penitenciaria Nº 42 de Florencio Varela (Buenos Aires). Allí se despliega, desde hace cuatro años, el taller Trabajamos Creando y Creyendo, a cargo de la coordinadora Claudia Calvi y su equipo. Toda vez que es este otro ámbito donde podemos operar los psicólogos sociales, seguidamente haremos una breve síntesis de esta labor que se enmarca dentro del claro propósito de propender a la salud social.

Para iniciar, cabe decir que unos veinte internos asisten a esta actividad colectiva, todos ellos privados de su libertad; siendo uno de los objetivos del taller el buscar y procurar la mayor capacidad expresiva posible, como también la máxima creatividad personal para luego volcarla al grupo. Lo social es una representación de lo psíquico individual y singular. Así, los psicólogos sociales prestamos atención a lo horizontal de la tarea a cumplir, en su cruce con lo vertical que vivencia cada uno de los miembros del grupo en su mundo interior. Cada cual está expuesto a los significantes que desplazan sobre él los demás integrantes del grupo.

Los encuentros semanales suelen empezar con un caldeamiento que incluye algunos  ejercicios de respiración, movimientos corporales y todo aquello que sea útil para disminuir las ansiedades que traen de sus respectivos pabellones. Luego, sigue el momento de buscar las cajas con todos los materiales necesarios, que se guarda en la biblioteca de la cárcel. Se reúnen en círculo y nunca falta el mate, los bizcochitos y los cigarrillos, que se comparten entre los asistentes. Comienzan a hablar y a contar lo que tienen ganas en ese momento, en una especie de instancia previa al acceso a los títeres, que al principio son neutros y no tienen identidad.

Una vez armadas las marionetas se disponen a crear historias, muchas de ellas muy fuertes ya que abordan temas tales como la falta de contención, el maltrato infantil, la violencia adolescente, las drogas, la trata de personas, la muerte, etc. Todos ellos van aportando sus comentarios y, de tal modo, se enriquece la tarea del grupo. El guiñol y la máscara se consideran terapéuticamente como objetos intermediarios. Cada miembro habla por la boca figurada de su títere, que pasa a ocupar en la ficción el lugar del inconsciente. El mismo dispositivo de la técnica de los muñecos favorece la metáfora y así, pues, crece el pensamiento simbólico.

La metodología de este agrupamiento de reclusos es una constante improvisación. De a poco ellos logran crear un personaje y, así, comienzan a pintar a sus marionetas, a vestirlas, ponerles pelo, y así siguiendo. Cuando se inician los ensayos advierten que precisan una escenografía para ir conformando la obra. Van viendo que con sonido se puede mejorar la tarea y, entonces, completan el cuadro con la música que les resulta apropiada. Aparecen también las columnas de luces y el espacio físico se transforma en un gran taller de arte. Están felices, ríen y juegan entre sí, y todo ello los hace sentir contenidos; colaborando, aprendiendo y comunicándose.

La coordinación va evaluando los emergentes surgidos en cada etapa y se avanza paso a paso, tratando que el sujeto internalice las herramientas que le sirvan de sostén emocional y determinen su íntima necesidad de expresarse. Así, surgen temáticas más cercanas a la vida y menos tanáticas. Esta labor colectiva promueve la construcción de normas de convivencia a través del diálogo, de la discusión, del reconocimiento de las opiniones de los otros y del acuerdo. La actividad artística, en este caso, cuando toma en cuenta los intereses de cada cual se transforma en un medio para la construcción  social primero y, por consecuencia, de la realización personal.

Recordemos que cuando el padre de la psicología social argentina ingresó a trabajar en el Hospicio de las Mercedes —hace ya más de setenta (70) años— se encontró con el  problema de los internos abandonados. Muy rápido logró advertir la red de no ligamen de esos seres que sufrían de abandonismo y lo poco de tejido social que había en dicha entidad. De tal modo, pudo diagnosticar las grietas y las tramas vinculares por demás fracturadas. La dimensión psicosocial posibilita a los profesionales de esta ciencia a diseñar —en su condición de verdaderos agentes del cambio planificado— estrategias y  operaciones que permitan la rearticulación de esas fisuras.

Claudia Calvi —titiritera y actriz— aclara que su proyecto se inscribe en el esfuerzo por alcanzar una instancia de intervención sostenida en instituciones de encierro y con población de alta vulnerabilidad, la cual se encuentra habitualmente olvidada por las políticas públicas convencionales. Su tarea, sin duda, tiende a mejorar la calidad de vida de los reclusos. Recalca que centra su acción bajo el eje de la vigencia y el cumplimiento de los Derechos Humanos, poniendo particular atención en la necesidad de compatibilizar el registro de la diferencia y el trato igualitario desde el punto de vista de las garantías, tanto de las personas como de los grupos.

Nota: Esta experiencia actualmente se ha extendido al Instituto de Menores de Lomas de Zamora, sito en Larroque y 12 de Octubre de Banfield (Buenos Aires).

RONALDO WRIGHT
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