(Publicado en Psicología Social para Todos: tierra y escritura del hacer, sentir y pensar – Año 3 Nro. 25 de diciembre de 2010 - enero de 2011)
UNA JUVENTUD LIQUIDA PARA NUESTRA MODERNIDAD TARDIA
En primer lugar, quiero agradecer la invitación de la revista que me posibilita participar como otro asambleísta en la temática propuesta por Juan E. Díaz, a saber: la vida en la Era de la Fluidez. Al inaugurar esta asamblea virtual, nos dice que va en procura de un encuentro de pensamiento entre los distintos expositores, quienes sucesivamente se irán ofreciendo como suelo para la intervención de los que se sumen a la lista de oradores. En mi caso, quisiera centrarme en los jóvenes y expresar algunas ideas respecto a la inserción de ellos en nuestra cultura de la liquidez y de la hibridación total, en la cual la endeble imagen del consumidor viene dando por tierra con la del habitante-ciudadano, ese que podía elevarse hacia ideales más definidos y vincularse a una mayor parte de humanidad.
Sostiene Juan E. Díaz que la familia y la escuela no están ahora constituidas como referentes fundamentales en la conformación de los sujetos actuales, que las instituciones en general se han caído y que el Estado declinó sus funciones simbolizantes. Me pregunto si, en estos tiempos fluidos posmodernos, no se encuentran agotados los paradigmas mediante los cuales se fueron construyendo —durante casi un siglo— los fenómenos de producción y significación de tipos subjetivos. Sumo a ello que la adolescencia (ad-dolescere, dolere) es puntualmente un tiempo de fragilidad subjetiva, pues el joven se está transformando, está dejando de ser un chico para atravesar duelos constantes referidos a la pérdida de su cuerpo infantil y a la declinación de sus padres ideales.
Si las leyes se han caído, licuado, desfondado; si hoy poco o nada cobija a nuestros pibes y si las funciones paterna, materna, docente —entre otras— están sumamente debilitadas, tendremos que comprender que los adolescentes necesitan otra cosa. Me refiero a algo más sólido, como ser espacios de autonomía que les permitan ir haciéndose dueños y artífices de sus propios destinos. Y por qué no, también marcos de referencia más estables que les brinden una cuota importante de seguridad y de orden. Desde ya, cuando hablo de orden lo hago en su doble acepción: orden en tanto que limita derechos y deberes (con autoridad y sin autoritarismos), pero también orden en cuanto marca los márgenes en que nuestros pibes se puedan mover con contención y con mucho afecto.
Seguidamente, intervino en la conversación Leandro Trillo para plantear que una manera de hacer de la fluidez un mejor lugar es a través de la ponderación de la deseabilidad, en cuanto experiencia de subjetivación. Comparto su idea y agrego: muchos jóvenes tienen sus deseos distraídos, teñidos de un fuerte malestar y aburrimiento. Me refiero al kakón adolescente, designando con esta expresión precisamente a ese malestar de la vida, al tedio y a la ausencia de sentido. La era de la liquidez posmoderna nos presenta a los pibes abandonados por los Otros y padeciendo todo tipo de síntomas depresivos, con una firme tendencia a la inercia propia de la pulsión de muerte. El camino pasa por la urgente rehabilitación, volver a ser hábiles, especialmente a partir de su propio accionar.
Las tendencias constitutivas de la fase líquida de esta modernidad tardía son la fragilidad, la indeterminación y la nueva permanencia en lo efímero. Así lo expresa el siguiente asambleísta de papel —Ricardo Klein—, y con él creemos que las vivencias adolescentes se acercan a un precipicio, dificultando la constitución de verdaderos vínculos. Nuestros pibes ya no encuentran parámetros estables en esta época de valores volátiles y sin ideales que logren orientarlos. Sólo se conectan a distancia, manteniendo la distancia y en simples contactos teñidos de superficialidad, de brevedad. Sin paternidad estatal ni fraternidad institucional queda sólo la pura actualidad del aquí y ahora, quedando el camino libre para las prácticas mediáticas y las frías reglas del consumo y del mercado.
A su turno, Sandra L. Bellini y Gustavo A. Ereño coinciden en que las nuevas concepciones de lo humano y sus múltiples relaciones, que se han tornado líquidas en esta era posmoderna, impactan hondo y desbordan los modelos tradicionales. Es cierto, y entiendo que los psicólogos sociales estamos instrumentados para operar bio-psico-social y comunitariamente. Habremos de ir en procura de un nuevo paradigma con fundamento en una ética humanista que termine con tanto desgarramiento de jóvenes y adolescentes. Hacemos, entonces, especial referencia a la responsabilidad gubernamental, a la responsabilidad familiar y escolar, y a la inexorable participación de la sociedad, necesaria si se pretende estar a la altura de la tutela integral de los derechos de los pibes que habitan nuestro suelo.
Junto a la última oradora puntualizamos que, en la fluidez y la liquidez, los jóvenes configuran una población lábil y sus casi inaudibles mensajes piden a gritos anclajes que les sean brindados por el mundo adulto. Destaca Clara Jasiner la puesta en juego de la palabra para restaurar bordes imprescindibles en la construcción de subjetividad, recordándonos que en lo atinente a nuestra juventud hay que planificar la esperanza. De allí la trascendencia de enfatizar que la familia, en tándem con la escuela, con las organizaciones intermedias y, desde ya, también con el Estado-nación son quienes están produciendo los ciudadanos del mañana. Pues, desde cada uno de estos lugares tendremos que trabajar para derrotar a ese no-lugar donde rige un clima de anomia que impide todo ordenamiento.
Vemos que tampoco hay tiempo para que se establezcan acuerdos sobre el sentido, por lo que hoy la juventud piensa, siente y hace en un marco salpicado de velocidad, exceso y saturación. La palabra entre los chicos no constituye, no traza ni deja huella; al lenguaje también le cabe esta experiencia de lo superfluo. La transmisión del saber ha perdido eficacia y, en esta sociedad hipermoderna, las condiciones de actuación de los pibes cambian antes de que las formas se consoliden en unos hábitos determinados. Sus identidades son móviles, dando la impresión que en la época del desfondamiento general de las instituciones los jóvenes sobran. De allí que creemos que un adolescente en situación dialógica es capaz de decidir mejor por sí mismo, adaptándose más activamente a la realidad.
Si la era de la fluidez produce pibes aburridos, jóvenes que agreden y se auto-agreden, adolescentes alcoholizados o coqueteando con las drogas, chicos que matan, entre otras calamidades, cabe señalar la importancia de la tarea de los psicólogos sociales operando concretamente en esa realidad. Ante tanta deprivación sabemos de la imperiosa necesidad de comprometernos emocionalmente con los jóvenes, ya que la base esencial de esta problemática seguirá siendo —siempre y en primer lugar— la falta de amor, de protección y de cuidado. Junto a otros profesionales del área de la salud y de la educación, a partir de lo interdisciplinario, tenemos mucho por hacer y compartir desde las especificidades que nuestras distintas disciplinas abordan: ello en pos de una juventud menos líquida y más feliz.
RONALDO WRIGHT
www.ronaldowright.com
jueves, 30 de diciembre de 2010
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