(Publicado en Reflexiones sobre Educación con fecha 25/3/2011 y en el Diario de Cultura y Educación de Rosario con fecha 30/3/2012)
GLOBALIZACION Y ADOLESCENCIA
Sabemos que la globalización es un proceso económico, político, social, cultural y tecnológico a gran escala, caracterizado por la creciente comunicación e interdependencia entre distintos países del mundo unificando sus mercados, sus sociedades y sus culturas. Es considerada como un proceso dinámico producido esencialmente por los territorios que han abierto sus puertas a la revolución informática, cobrando fundamental importancia el rol de las empresas transnacionales y la libre circulación de capitales, junto con la definitiva implantación de la sociedad del hiperconsumo. Aunque debe señalarse que, la globalización actual en curso, incluye sólo al quince por ciento (15%) de la población mundial, dejando al resto del planeta por fuera de este nuevo orden internacional cuya hegemonía ejercen claramente los Estados Unidos de América. Para ellos, quienes cuestionan este modelo neoliberal son considerados como verdaderos globalifóbicos.
La pregunta que aquí nos formulamos es cómo incide en nuestros jóvenes del siglo XXI esta concepción de Aldea Global, donde todo parece escurrirse velozmente y donde supuestas fuerzas anónimas se encuentran operando en una vasta tierra de nadie. Hoy vivimos bajo la mano invisible de los mercados y el poder planetario está concentrado en un número de voluntades cada vez menor. Según el filósofo francés Gilles Lipovetsky, la sociedad del hiperconsumo es la tercera etapa histórica del capitalismo, caracterizada por la globalización de los mercados y la desregulación financiera, por el papel creciente de las firmas multinacionales, por la revolución de las técnicas de la información, por la preeminencia de un marketing global, por el desarrollo de las megamarcas o hipermarcas, por el florecimiento de una producción a medida de las masas, que ha cedido su paso a la lógica de la multiplicación de la variedad y de una obligada renovación perpetua.
Además de impulsar a los adolescentes al hiperconsumo, para este sistema es fundamental mantenerlos consumiendo. Gracias a la nueva porosidad de las economías presuntamente nacionales, los mercados financieros globales imponen sus leyes sobre el planeta y lo relevante para ellos es construir un modelo de consumidor-mundo. La motivación del megaconsumo se convierte, entonces, en un dispositivo clave, cual es introducir en la consciencia —y también en el inconsciente— de los pibes la idea del superconsumo. Algo así como consumir para la Humanidad, convertirlos en sujetos del consumo para los objetos del consumo. Los emprendimientos transnacionales articulan ideológicamente el proceso de organización simbólica de esta nueva economía mundial; y todo esto se hace de modo fluido, muy rápidamente. Por supuesto que, estas macroeconomías de gran velocidad no hacen otra cosa que dejar fuera de carrera a nuestros niños y jóvenes.
La era de la globalización se caracteriza por las formas intangibles y hoy se vive en una selva artificial, en la selva fabricada de la que habla el sociólogo británico Anthony Giddens. Y obviamente, una herramienta esencial para el logro de la aludida fabricación es la publicidad. Su lógica procura incidir directamente tanto en los deseos como en las transgresiones de los adolescentes, controlando y modificando sus códigos sociales de acuerdo a las conveniencias del mercado. Rige, además, el carácter efímero de las modas y de los gustos, pues la propaganda misma es una industria en sí. Es más, cualquier ataque contra el marketing es considerado como una agresión contra el capitalismo. La publicidad va siempre a la caza de nuevos productos y de más giles, con perdón de la expresión. Para ello se estudian profundamente los comportamientos de los pibes y sus razones para consumir, e incluso se trasladan los productos y las marcas a sus juveniles figuras.
La juventud es introducida casi por la fuerza en la estratósfera de las supermarcas, mediante la aceptación acrítica de normas y valores impuestos por el dios mercado. Los medios concentrados de comunicación masiva ayudan —y mucho— al articular ideológicamente qué deben pensar, sentir y hacer nuestros adolescentes. Y esos grandes monopolios implican también ausencia de alternativas, pues todo va en procura de que la identidad de la juventud camine al lado de la identidad de las marcas. Si las empresas transnacionales tienen alma, desde ya sus marcas pueden generar sentimientos. Esa es la idea: colocar a la cultura en un segundo plano y hacer que la marca sea la estrella, donde nuestros chicos se estrellen. Tal vez el límite extremo de las hipermarcas sea inscribirlas en la carne humana: a modo de ejemplo, vale comentar que las salas de tatuajes de los Estados Unidos informan que el logo de Nike es el que más piden sus jóvenes clientes.
Resulta llamativo que esta cultura posmoderna incita a los chicos directamente a comprar, aún cuando todavía el producto no haya salido a la venta. Se producen infinidad de artículos para que no duren y hoy rige el concepto de la obsolescencia planificada. La actual mega economía intenta convertirse en una pasión que se autodestruye por su propia rapidez e intensidad. Ninguna duda cabe que, cuando los adolescentes actúan como consumidores de la hipermodernidad, dejan de pensar por sí mismos acorde con las condiciones de exceso y de exuberancia estimuladas por vía de la propaganda. A poco de adquirir cualquier producto, ya se pierde el interés por él. Todo lo contrario a aquellas sabias palabras de Sócrates quien, al ver algunos objetos de lujo expuestos para la venta en una de las tiendas de su época, irónicamente dijo: “¡Cuantas cosas hay aquí que yo no necesito!” Al final de la vida no nos preguntarán qué tenemos, sino simplemente quiénes somos.
Las megamarcas antes referidas no son meros productos, sino buscan ser un estilo de vida dirigido al consumidor masivo. Zygmunt Bauman, el sociólogo y ensayista polaco, refiere que el Nuevo Orden Mundial se parece más a un nuevo desorden planetario, donde las riquezas son globales y la miseria es local. Y ello incide de lleno en la vida laboral de los jóvenes, quienes a través del software y el wetware son reemplazados y desplazados de los actuales mercados abstractos de bienes y servicios en una economía virtual en red. Son relativamente pocos los llamados a consumir mundo, mientras aumentan considerablemente los consumidos por el mundo. El trabajo esclavo en las grandes firmas está a la orden de día en pleno siglo XXI; y se ha ampliado sensiblemente la brecha entre ricos y pobres, entre incluidos y excluidos. Impera la suerte sombría de los rmistas, neologismo que expresa la nueva realidad de la expulsión casi constante de los ámbitos laborales.
Por supuesto que, en estos tiempos que corren, también nos encontramos con muchos jóvenes verdaderamente comprometidos con la comunidad a través de diversos proyectos políticos, sociales y culturales. Adolescentes participando intensamente en temáticas tales como: derechos humanos, trabajo y producción, educación, medios y comunicación, integración regional, cuidado del medio ambiente, entre otras. Pibes apostando al proceso democrático vigente en nuestro país desde hace ya más de veintisiete (27) años, promoviendo programas encaminados al bienestar general de la sociedad, contribuyendo a solucionar problemáticas puntuales de los que menos tienen, planteando acciones concretas para la apertura de múltiples espacios interdisciplinarios en los cuales los adolescentes actúan como sujetos plenos de su propio desarrollo. En síntesis, hablamos ni más ni menos que de una juventud creativa y adaptada activamente a la realidad actual.
Desde la Psicología Social podemos trabajar con grupos de jóvenes y adolescentes, operando junto a ellos para intentar comprender las múltiples aristas de esta nueva realidad globalizada, haciendo una crítica constructiva tanto de la actual vida cotidiana como de los tiempos futuros que les tocará transitar. Dejar atrás la mirada ingenua que impide advertir que los mensajes consumistas hacen a la construcción de la subjetividad de nuestros jóvenes, formando un sujeto cognoscente, deseante y productor apto para un mundo impuesto por fuerzas transnacionales anónimas y difíciles de identificar. Si acaso esta Aldea Global se ha instalado definitivamente, será entonces preciso luchar por una globalización diferente, guiada por una visión más solidaria y por otro proyecto de civilización mundial. Crear un nuevo orden social requiere enormes e ingentes esfuerzos, por lo que estas consideraciones anhelan ser un simple punto de partida.
RONALDO WRIGHT
www.ronaldowright.com
miércoles, 9 de febrero de 2011
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